De secretos, fajas y creencias (parte 1)


Según la Real Academia Española de la Lengua, un secreto es una cosa que cuidadosamente se tiene reservada y oculta.

La primera imagen que se me viene cuando pienso en un secreto es la de un niño o una niña ocultando una travesura. Te lo imaginas, ¿verdad?. De repente, los ves deambular por la casa en silencio. De alguna manera ha cambiado su forma de estar. Miran hacia los lados, con esa carita de no-haber-roto-un-plato, han bajado el tono de voz, incluso se muestran muy dóciles. «¡Quateeee, aquí hay tomateeee!», piensas. Y, en menos de lo que canta un gallo, un par de preguntitas y cantan a los cuatro vientos lo que han hecho. Intevención paternal y… ¡a otra cosa mariposa!

Los adultos somos otra historia. Podemos llegar a guardar secretos toda una vida. Podemos mantener una parte de nosotros o de nuestra realidad oculta meses, años. Y, para mantenerla oculta nos empleamos a fondo, invirtiendo grandes dosis de energía. Porque la naturaleza sigue su curso y lo que está oculto tiende a salir a la superficie. Y cuanto más me empeño para mantenerlo a raya, con más fuerza quiere salir.

Seguro que en más de una ocasión habéis intentado hundir una pelota de plástico en el agua del mar o en la piscina. Lo hundes y, en apenas unos segundos, sale rebotado. Lo vuelves a hundir para mantenerlo bajo el agua, pero cada vez son necesarias más fuerzas para que se quede allí abajo y, lo más importante, cada vez estás más agotado/a.

Otro buen ejemplo, son las fajas para disimular los michelines o lorzas, según región. Sí, sí. Seguro que las conoces o las puedes imaginar. Primero te colocas bien la faja por un lado, pero la lorza sale por el otro. Haces lo propio con esa lorza rebelde, pero «la puñetera» acaba saliendo por el otro lado. No te rindes… «¡Juro ante Dios, que nunca más volveré a tener lorzas!», clamas a lo Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó. Y me compro otra faja y la pongo por encima. Lo que pasa que ahora la presión es enorme y me salen unos pliegues en los muslos y en el bajo pecho, que parezco un botillo del Bierzo. Pero como lo más importante para mí es mantener bajo llave la existencia de esa lorza, pues me compro unos leggins de esos que te ponen el culo en la espalda y ahora «¡Sí!¡Lo conseguí!», exclamas. Parece que lo tengo resuelto. Lo que ocurre es que a estas alturas, ya no puedo respirar. Y, si no respiro, ya sé lo que me espera. Y todo por ocultar algo que es una parte de mi realidad.

Bromas aparte, seguro que nos sentimos reflejados de alguna manera en esta historia. Todos hemos hecho grandes esfuerzos en alguna ocasión por mantener oculta una «lorza» y a más de uno/a nos ha llegado el momento en el que nos ha parecido que nos faltaba el aire, que se nos iba la vida, sin ganas de comer, ni de dormir y sin parar de darle vueltas a la cabeza… La «faja justiciera», está haciendo su trabajo.

Pero, ¿qué nos puede llevar al extremo de arriesgar nuestro bienestar, hasta nuestra salud, por tener bajo secreto de sumario esa «lorza»? ¿Qué puede haber detrás de esa lucha titánica por mantener oculto algo que sencillamente es como es? ¿Realmente hay algo tan importante que pueda estar por encima que nuestra propia salud? ¿Qué pensáis?

Seguiremos ahondando sobre ello…

Un pensamiento en “De secretos, fajas y creencias (parte 1)

  1. Si es «mi secreto», por algo será…; pero si me hace tanto daño puede que compartirlo me alivie. Supongo que por ello funcionan la Confesion, escribir en «Mi Diario», las confidencias al amig@ del alma, a la pareja, a Dios,… No es necesario gritarlo a los cuatro vientos; pienso que aunque sólo una vez se le «saque» de nuestro interior ya se le resta subjetividad, lo podremos ver como más ajeno, «cosificarlo» incluso y contemplarlo en una medida más real (objetiva, al menos), por no hablar de la visión que nos puede aportar el destinatario.
    No obstante, si he de guardar un secreto mi máxima es ser una tumba: «Cómo pretendes que te guarden el secreto ¡si ni tú eres capaz de hacerlo!».

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